14 de diciembre de 2017

Y ENTONCES LAS FIESTAS





Y entonces -dice Fabián en mitad de la sesión- usted cree que Las Fiestas se han convertido en un examen.

Fabián es más joven de lo que sospecha.
Hace tiempo que sus padres fallecieron, uno tras otro; el resto de la familia –hermana, cuñado, dos sobrinos- que lo ama y requiere, hace unos meses se mudaron al campo. Fabián pasa del campo.
Tuvo novia. Ahora no. Los mejores amigos, Dinah y Carlitos, festejan Año Nuevo con las respectivas familias; en una ocasión lo invitaron y a la hora del brindis algunos se olvidaron de abrazarlo.
En el trabajo ya sufrió la celebración multitudinaria, en un lugar acojonante, casi obligado a besarse con una chica que ni conocía ni le gustaba.

Fabián busca convencerme de que no hay salida, que su destino es emborracharse solo, viendo retozar a la farándula en la televisión.
A renglón seguido, interpreta que el examen-sí, sí, mencioné que Las Fiestas corren el peligro de convertirse en eso- lo urdimos (me incluye, claro) para que él lo repruebe.
No es un paranoico: está desencantado, está dolorido, está necesitado.
Odio las obviedades y no inquirí quién estaba inspeccionando a quién, o cómo se aprueba/desaprueba semejante examen. Seguí callada. Dejé que se interrogase por su cuenta, porque sabe por cuál camino e intuye gran parte de las respuestas.
Terminó la sesión y el tema flotando aún.

Acabo de recibir su mensaje: “…me hice la pregunta que supongo usted quería que me hiciera, y la contesté. Voy a invitar a un montón de gente a casa…”.






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