4 de septiembre de 2016

QUÉ DECIRLE




Y antes de irse, en la puerta misma, me preguntó: ¿y usted, no le tiene miedo a la muerte?
Era la primera entrevista de Jaime. Me consultó porque hace un par de meses le diagnosticaron cáncer –y se lo ocultan-  a su pareja.  A Jaime le toca ser el que sostiene, el que impone silencio, el que simula, el que falsifica datos, el que define, el que concreta, el que va y viene y vuelve a ir sin motivo sin explicaciones. Y cuando lo anegaron las dudas de cómo seguir, le sugirieron que me llamase. Jamás había recurrido a una terapeuta porque nunca creyó, porque nunca le hizo falta.
Como fue la puerta misma y en el último segundo, le dije a Jaime que “el problema es cuando uno le teme a la vida”, que no es más que una frase hecha.
¿Qué otra cosa debí decirle?
Siempre he pensado que la Muerte nos considera su presa legítima. También pienso que la noción de ser mortales es lo que nos convierte en seres humanos. Pero.  Lo que él estaba averiguando es si yo le tengo miedo a la muerte.

Era la hora en que el sol capitula y la ciudad se inflama; desde el balcón vi a Jaime cruzar la calle, caminando lento, lento, un libro o algo parecido bajo el brazo.
Y mientras lo observaba me cuestioné: suponiendo que fuese correcto contestar esa pregunta a un paciente, y suponiendo que yo discerniera si le tengo miedo (o no) a la muerte: ¿debería revelárselo a él, al que acarrea con saber lo que preferiría no saber de su pareja?
No tuve tiempo a responderme. Justo había llegado el próximo paciente.






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