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Y antes de irse, en la puerta misma, me preguntó: ¿y
usted, no le tiene miedo a la muerte?
Era la primera entrevista de Jaime. Me consultó porque
hace un par de meses le diagnosticaron cáncer –y se lo ocultan- a su pareja. A Jaime le toca ser el que sostiene, el que
impone silencio, el que simula, el que falsifica datos, el que define, el que
concreta, el que va y viene y vuelve a ir sin motivo sin explicaciones. Y
cuando lo anegaron las dudas de cómo seguir, le sugirieron que me llamase.
Jamás había recurrido a una terapeuta porque nunca creyó, porque nunca le hizo
falta.
Como fue la puerta misma y en el último segundo, le
dije a Jaime que “el problema es cuando uno le teme a la vida”, que no es más
que una frase hecha.
¿Qué otra cosa debí decirle?
Siempre he pensado que la Muerte nos considera su presa
legítima. También pienso que la noción de ser mortales es lo que nos
convierte en seres humanos. Pero. Lo
que él estaba averiguando es si yo le
tengo miedo a la muerte.
Era la hora en que el sol capitula y la ciudad se inflama;
desde el balcón vi a Jaime cruzar la calle, caminando lento, lento, un libro
o algo parecido bajo el brazo.
Y mientras lo observaba me cuestioné: suponiendo que
fuese correcto contestar esa pregunta a un paciente, y suponiendo que yo discerniera
si le tengo miedo (o no) a la muerte: ¿debería revelárselo a él, al que acarrea
con saber lo que preferiría no saber de su pareja?
No tuve tiempo a responderme. Justo había llegado el
próximo paciente.
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4 de septiembre de 2016
QUÉ DECIRLE
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